viernes, 27 de noviembre de 2009

Más allá

Los seres humanos somos animales con pretensiones de trascendencia, pero como nos va demostrando el tiempo, nuestras vidas pasan, y después de tantos desvelos, nos damos cuenta que nuestro tiempo ha pasado y que lo mejor que podemos hacer es vivir con cierta armonía, querer a los nuestros, soportar lo más resignadamente las penurias de la vida, alegramos de cuando disfrutamos y tenemos algo que celebrar, procurar hacer las cosas lo mejor posible, en fin.

La vida pasa rápidamente, lo más bonito de la vida surge inesperadamente, pero como todo en la vida, conservar eso bonito cuesta mucho esfuerzo, muchos sinsabores, para lograr que todo fluya, pero hay veces que nos podemos equivocar, aunque si lo reconocemos todo o casi todo tiene solución, al menos eso creo.

El aspecto trascendente de la vida, para los creyentes está en un vida tras de la muerte, en los no creyentes en el legado que dejes en ésta, aunque para una persona religiosa ambas cosas son lo mismo, vivimos en un mundo contínuo donde importa todo lo que hagas para bien y para mal, el cristiano tiene una cierta creencia en la recompensa y el castigo, aunque en el caso católico depende de tí mismo, ya que el perdón es extensible al arrepentido, en otros casos, se depende de las obras y en otros casos la condena es eterna independientemente de ti mismo, los paganos, pensaban que el destino estaba regido por los dioses, unos dioses que como los humanos tienden a ser volubles en sus deseos y afectos, a veces vengativos, a veces traicioneros, a veces envidiosos, pero para algunos elegidos, la suerte está de su parte. ¡Ojalá que los dioses nos sean favorables!

domingo, 22 de noviembre de 2009

Te veo

Voy a los sitios de toda mi vida, donde espero encontrar a mi padre, sé que no va a estar, hace tiempo que no iba y ya nunca volverá. Miro por donde tantas veces miró, veo el paisaje con los ojos que él los miró, porque hace tiempo que veo lo que vió, buenos sitios, y miro a la puerta por si entrara, pero no entrará, y me lo imagino con los ojos mios de pequeño, cuando entraba, y le veo, le veo como yo, contento de la vida, con su expresión, cuando me veía, cuando me miraba, y ese es mi recuerdo.

Me emociono, no puedo ni hablar, aunque hablo, y callo, ya soy mayor, ya sé qué significan los silencios.

Y como con mi familia y veo a mi hija disfrutar, y soy feliz de ello, y me veo y le veo y sé que el tiempo pasa, el suyo, el mio y tiene que ser así, pero...

Decía que lo veo, y lo veo y al que veo es a mi padre inmortal, no al que fue, ni al que veía últimamente, ni a él joven, que no le conocí, si no a mi padre en la flor de su vida, con su voz, como yo, en la flor de mi vida, en la plenitud, cuando se tienen hijos pequeños y se trabaja mucho, cuando los amigos que quedan son los buenos, cuando la vida es plena, y tan débil, tan frágil, tan endeble, como es la vida, cuando va bien.....

miércoles, 11 de noviembre de 2009

Mi padre

El primer recuerdo que tengo es de alguien grande, muy grande, con barbas, sonriente, el último tumbado, y seguía y sigue siendo grande para mí.

Desde uno y otro recuerdo, han pasado treinta y tantos años, toda mi vida, la mitad de la suya, y desde entonces recuerdo muchísimos momentos, muchos consejos, que trataban de encauzarme, que aunque soy buen tipo, del todo no lo consiguió.

Aunque así y todo, le agradezco tantos y tantos momentos que me enseñaron a estar en el mundo, sin chulería, pero con aplomo, con peso específico que diría, manteniendo un criterio independiente, seguridad en mi mismo, y empatía con el mundo circundante, con respeto a todos, por insignificantes que parezcan.

También heredé de él, una gran afición por los bares, por la vida, a veces, un exceso de afición, pero bueno, nadie es perfecto, tampoco mi padre, mucho menos yo.

Sus últimos meses fueron duros, pero cuándo no es dura la vida, siempre trabajando para vivir, ayudando a muchos a vivir, a nacer, a varios miles, a ricos y pobres, por igual, aunque siempre le vi tratar mejor a los pobres que a los ricos, con comprensión y bondad hasta por el más descarriado, aunque trataba de ser duro, no podía, porque la humanidad era su principal virtud.

Hicimos muchas cosas juntos, yo siempre iba pegado a él, a los bares, al fútbol, a cazar, a comprar, de viaje, nunca se me pegó ni el gusto por el juego, ni por el fútbol, aunque pasé tardes y tardes viendo jugar a las cartas, al mus y al póker, muchas tardes de fútbol, del Real Madrid, de sus amores.

Tampoco cogí su capacidad de silencio, y soy un charlatán, qué se le va a hacer, aunque creo que el silencio te llega con la edad un poco, pero yo no creo que lo consiga.

En fin, tendría mucho que decir pero no voy a hacerlo, un beso.

jueves, 15 de octubre de 2009

La vida se va apagando

Cuando la vida de alguien que quieres se va apagando, cuando le has conocido en su apogeo y era el más grande para tí, cuando recuerdas todos esos momentos de disfrute, de alegría, de derroche y salud, no puedes más que sentir tristeza, sabedor que cierta vida, no es vida, si no decadencia, que a veces, alguno se ahorra, que a veces te toca sufrir.

Entonces, el silencio, te oprime, qué decirle, nada, un beso, preguntar qué tal, contar tu cotidianeidad, en expansión, tus buenos momentos, como antes fueron los suyos, deseando hacerlos tan bonitos como los recuerdos que fueron y ya no son, deseando dejar un poso tan bueno como el que él dejó.

Y me pregunto qué pensará, aunque le veo sufrir, no lo hace, creo, espero, porque las facultades como la energía van bajando.

Y me acuerdo de todos aquellos que ya no están, ¿no están?, si, si están, están conmigo, en mi recuerdo, en mi corazón, en mi vida, en mis genes, en los de mi hija, una nueva vida, que verá, espero, deseo, rezo por ello, mi vida apagarse, y así seré feliz, como él lo es, espero, deseo, rezo por ello.

Me acuerdo de aquellos viajes, de la vida en verano con sus amigos, riendo, cantando, comiendo, bebiendo, en plenitud, y con eso me quedo, con ese mundo que fue y no volverá, aunque siempre va conmigo, con lo bueno, con el amor que tiene y se llevará encima, de traje, de traje nuevo, que nunca se estropea, que no envejece, y mientras, un poco de tristeza atenuada, esperando lo inevitable, porque en lo inevitable, también está la vida, y rectifico y lo sufro, pero en cierta manera, me animo.

jueves, 20 de agosto de 2009

Decrepitud

Sin dientes, sin poder moverme en la silla, sin hambre, sentándome mal lo que tomo, doliéndome hasta el último hueso del cuerpo, eso es lo que he conseguido cuidándome, porque tengo un corazón de hierro, aunque apenas puedo ver, y aún así, no quiero morir, quiero vivir, escuchando la radio, saludando a mis familiares que me hacen gracia, aunque yo no les reconozco, pero son buenos chicos, lo noto.

Me acuerdo de lo que he vivido, y ha sido bonito, de los que he conocido en mi vida casi todos han muerto, pero yo estoy aquí, a veces, hablo con ellos, me rio, me acuerdo de ellos, ¡pobres!.

Cuando era chico, la verdad es que no sabía interpretar las cosas que veía, ahora, de los que me cuentan no entiendo la mayoría de las palabras, que si ipod, que dvd, que si, no sé, pero tampoco me importa, hay tantas cosas que desconozco, que nunca he llegado a conocer, por ejemplo, qué es lo que veían en mi, si yo mismo no sabía qué decir, pensar o actuar, si, la verdad es que siempre fui un panoli.

A veces, no sé si estoy despierto, a veces no sé si estoy dormido, pero sigo vivo, porque sigo siendo yo, ya noto como vienen las brumas, estoy preparado, una luz al fondo, es como lo cuentan, qué paz, ¡hola! ¿me esperabáis?, si ya lo sabes, me alegro de veros, no me ha ido mal del todo, aunque he cometido errores...No te preocupes, aquí vas a estar bien. ¿habrá bares? Claro, esto es el paraíso. Me tranquilizas, pensaba que iba a ser un rollo en ese aspecto, como los últimos años, que no podía beber más que pures, creeís que me han acabado gustando, así que yo haciendo el canelo y aquí vosotros chachi, si lo sé, vengo antes. No se puede, a cada uno le toca cuando le toca, ya pero si te pegas un tiro, llegas antes. No, porque te esperas hasta que te toca, en la sala de espera, vaya, bueno, de todas formas, no ha sido así. No, anda pasa, ¡joderrrrr!

viernes, 31 de julio de 2009

La adolescencia

No sé cuando me hice adolescente, quizá fue cuando dejé de ser niño, aunque si es eso, quizá tampoco he dejado de ser adolescente, en fin, según me contaron me había convertido en un aolescente, las señales externas eran unos granos, el cuello alargado, el cuerpo desgarbado, la voz de hombre con gallitos.

A veces, he oído que es un despertar por el deseo por las chicas, aunque no lo creo, a mí siempre me gustaron, es verdad que sea el despertar del sexo carnal, aunque carnal, tampoco es la palabra, porque salvo lo propio, lo ajeno era pura imaginación, si acaso, algo visual, seguro que no era carnal, ¿manual?

Entonces, recuerdo que las cosas que me gustaba hacer, no me dejaron de gustar, pero daban vergüenza, como jugar a los soldaditos, a las chapas, soñar dejó de ser una opción deseable y había que pasar a la acción y la acción, torpe, insegura, dejaba mucho que desear.

Y soñé ser un hombre importante, un héroe, soñé llegar a la gloria por la acción, soñé conseguir el amor o no tanto de muchas chicas, y bueno, por suerte, no conseguí la mayoría de las cosas que soñé, porque para ser como soy, han hecho falta, tantos fracasos, tantos sinsabores, tantas meteduras de pata, ¡qué vergüenza! acordarme de mi mismo, qué orgullo, cuando las hice bien, qué marrón, cuando la cagué, cuando me emborrachaba adolescente, demasiadas veces, qué borracho, qué miedo me daba la vida, cómo quería evitarla, amortiguarla, cuando toda la vida era vida, qué tontín, que mamón.

Y ahora, soy importante, no de la manera en que pensé que sería ser importante entonces, o como creía que eran las personas importantes entonces, pero quizá mejor, quizá peor, pero no supe ser mejor, lo intenté, al menos. Ahora sé qué es ser importante, valoro a muchas más personas que cuando era pequeño, los que creía pobres hombres, resultaron ser gente importante, los que creía importantes, muchos resultaron mequetrefes, soberbios y pedantes. Otros lo fueron realmente, aunque yo ya no podía ser como ellos, pasó, su tiempo pasó y yo solo podía ser como soy.

A veces, me gustaría haber sido otro adolescente, a veces no, dejaría todo como está, a veces, querría haberme fijado más en algunos detalles, haberme parado más tiempo a hablar con gente que me interesaba o con gente a los que yo interesaba, quizá, aunque la verdad, es que sigo siendo el mismo y después pensaré lo mismo que ahora, aunque quizá con menos errores, con más aciertos, con más humanidad, con más atención a esos detalles que pasan de largo y no vuelven o quizá siempre vuelven, como decía Jorge Manrique y es tan pasado lo vivido como lo no hecho, y llegados son iguales los que viven con sus manos e los ricos.

La muerte

Aunque parezca absurdo, lo mejor de la vida es la muerte, y esto es así, porque si no tuviera final, no serían importantes nada de las cosas que nos importan, no podríamos disfrutar de la vida, ya que todo sería parecido a un campo de piedras, siempre igual.

Asimismo, convertirse en adulto consiste en ir perdiendo lazos para ser nosotros mismos, y a su vez, las personas que nos han influido, no podrían haber sido ellos mismos.

Pongamos el caso, en donde todos los que han vivido estuvieran con nosotros, pues seríamos como niños siempre, eternamente, y eso es una soberana putada. Algunos, dirán, que se vivía feliz, inconsciente, jugando, siendo sin ser, pero eso llevado a siglos y siglos es un coñazo.

Otra cosa, qué sería de las farmacias, de los médicos, no tendrían razón de ser, y peor aún, qué sería de los catastrofistas, un desastre, y de los curanderos, de los homeópatas, de los enterradores, de los fabricantes de armas, de los soldados, de los vendedores de seguros, de los escultores, de los floristas, de los arqueólogos, o peor aún, de los historiadores, un mundo sin sentido.

La televisión no existiría, tampoco la radio, porque esas cosas salen de un deseo de progreso, sobre lo anterior, pero si los anteriores siqguen estando dirían, eso no se puede hacer, es una memez, nunca se ha hecho y no se va a hacer.

Nunca podrían haber sido generales, ni ministros, ni siquiera maestros algunos de los más célebres, ni tampoco de los más infames, porque el puesto estaría ocupado de antes.

Si no hubiera finitud, no habría necesidad de nada, lo tendríamos hecho, desde el principio, por lo cual, principio y final sería la misma cosa. Habríamos estado en todos los lados o en ninguno, habríamos visto todo o nada, y si no ya le buscaríamos un buen momento para ir a ver lo que sea, sin prisas.

Como ya adelantó Silvestre Paradox, como bien recogió Millán Astray: ¡Viva la muerte!

martes, 21 de julio de 2009

Nadie mejor

Cada vez que me hago más viejo, veo más cerca la muerte, y cada vez me siento peor, las fuerzas se van, la vida se va, la nebulosa lo va cubriendo todo, a veces veo destellos, fogonazos de felicidad, momentos de alegría, pero se van, se van y van dejando la vida pasar.

No quiero morir, no lo quiero, me aferro a la vida, aunque deseo que quizá lo mejor sea irse, por mi familia, por mi, por todos, pero sigo sin querer.

¡Ay! qué bien se está al sol, tranquilamente, en familia, en Madrid, aunque cuando quiero moverme, mi cuerpo no responde, y me pongo triste y nervioso, quá asco de cuerpo, y pienso en mi infancia, en mi madre, en mi padre, en Tineo, en Asturias, en el Madrid que fue, que buenos años, qué de mundo he visto, lo he conseguido todo, viajar por el mundo, comer en los mejores sitios, hacer una familia, he tenido muchos amigos, unos se fueron hace tiempo, poco a poco se han ido todos, grandes partidas, qué buenos ratos, mucho trabajo, tanta gente ha pasado por delante y poco me ha quedado por ver, no lo he hecho nada mal, al fin, para ser un niño de pueblo, con acento, entre niños finos. Al final, mis hijos son chicos finos, de ciudad. Y mi mujer, no pude encontrar nadie mejor.

lunes, 29 de junio de 2009

La guerra

El otro día estuve visitando a mi padre en un hospital, para mi sorpresa, uno de sus compañeros había estado en la Guerra Civil, aquel hombre, al que llaman en el hospital el general, solo fue soldado, pero tenía una pinta estupenda con 93 años, deportista, soldado y tras la guerra, funcionario del ministerio de Asuntos Exteriores, dos cosas, su bando fue el republicano, y que como casi todos con los que he hablado que estuvieron en la guerra, su historia comienza después de la misma.

En este caso, su historia empezaba en las Olimpiadas del 36, donde dice que conoció a Hitler, que cuando llegó a España se encontró en la guerra y que cuando terminó estuvo 3 meses en El Pardo, confinado.

Ni que decir tiene, como casi todos los que he conocido que lucharon en la guerra su simpatía es desbordante, por supuesto, y como es lógico, a mi me producía interés, pero ningún sentimiento negativo, ya que aunque yo pueda estar más cerca del otro bando en teoría, a estas alturas, me resulta una persona igualmente respetable, tanto más habiendo sido soldado, como creo que le debía resultar a cualquier español normal de este época.

Mi reflexión en este caso va sobre la creencia de que en España se superó la Guerra Civil hace muchos años, que aún más para los que estuvieron en ella y que la recuperación de viejos rencores se basa más en presupuestos políticos actuales, partiendo de la base de una deficiente formación escolar de los jóvenes, para después crearles un falso mito, que solo se podrá curar con estudios, aunque en algunos casos, ni con esas.

Así, la guerra era algo que todos olvidaron en sus detalles más turbios, donde se quedaban con flashes didácticos y donde se eliminaban en gran medida los hechos propios más truculentos, y mantenían lo más valioso, el valor, la camaradería, la capacidad de aguantar frío, hambre y demás, y como elemento más ejemplificante cómo después se fueron reconstruyendo lazos con los que habían sido enemigos, la gran mayoría de los españoles, solo unos pocos querían mantener los antagonismos, muchos de los que los provocaron y muchos de los que se beneficiaban de ellos.

viernes, 29 de mayo de 2009

La afectividad

Cuando eres pequeño, no tienes gran conciencia de nada, más bien tienes una dependencia, reconoces los elementos de seguridad, que son tu familia y personas cercanas, pero no alcanzas a identificarlos claramente, así los hermanos mayores son reconocidos pero poco más, después sí, después vas asimilando los vínculos, pero de una manera posesiva, como algo tuyo propio, el cariño, el amor se desarrolla más adelante, en una combinación de la racionalidad y de emoción, también y durante mucho tiempo el egoismo de la seguridad que te brindan.

En un primer momento, el amor es unívoco de los padres a los hijos, aunque en gran medida también ese amor es egoista, ya que te proporciona una satisfacción incomparable, así el amor mutuo es algo más ligado a la convivencia, al conocimiento mutuo y crece con el tiempo, sobre realidades. Haciéndose un amor más real, más racional, menos egoista y posesivo y más altruista.

Pero otro proceso que tiene lugar a la vez es el aprendizaje y la admiración, que tendrá sus altibajos, en un momento esa adiración decaerá, para ser recobrada después, cuando superas la etapa de individualización, de afianzar tu personalidad.

Así, mis recuerdos de la infancia son como pequeños fogonazos en la memoria, asociados a una sensación de seguridad y calor, por la presencia de mis hermanos o mis padres, algunos recuerdos de juegos y de convivencia que van siendo más abundantes y claros cuanto más mayor me hacía.

Recuerdo a mi hermana, en la pizarra de mi clase de parvulitos conmigo para que yo no llorase, recuerdo cuando me llevaban y cuando me recogían como momentos de gran alegría, pero que se truncaba sin motivo aparente y desaparecía con la misma rapidez debido al deseo de una chuchería, ponerse o quitarse el abrigo o lo que sea, y el ir poco a poco aprendiendo lo que se debía hacer por repetición, descubriendo cosas que me gustaban y las que no. Pero curiosamente, también recuerdas esos momentos en que perdías pie al dejarte un poco más tiempo a la salida, porque llegaran tarde o como una vez que mi hermano se olvidó de mí, años más tarde, indefenso y sin atreverte a tomar una decisión te veías atrapado en todo por tu escasa independencia.

martes, 26 de mayo de 2009

El fútbol

En la infancia, las categorías sociales son implacables, al principio somos masa, pero se elige capitanes, para hacer equipos, entre los más altos, los más mayores y se empieza a elegir, yo a Juan, yo a Pedro, yo a tal, yo a cual, y van quedando los malos, los paquetes, ¡qué humillación! quedar el último, el más maleta, el gordo, torpe, el paquete, generalmente empollón, poco agraciado con aptitudes deportivas, ¡venga! de estos dos eligo a este, tú al otro, aunque si no juega, mejor.

Y la aristocracia deportiva va desde el delantero, el que juega mejor, a los defensas, y por último al portero, aunque a veces, ni eso, ¡Pásame, pásame! Pero qué te van a pasar inútil, paquete.

Se crean disitntos ámbitos, la clase, el patio y los deportes, ser bueno en alguno de los deportes hace subir en el escalafón, aunque todavía hay una fase anterior que hay que superar, la del marginal, el marginal no juega hasta que le admiten, ese marginal viene de otra clase o de otro colegio, es un bicho raro, y hay que conseguir superar esa fase, también se puede sucumbir en ella siendo el peor de un juego, incluso se puede ser auto marginado, el que prefiere jugar con las niñas, porque le gustan a unos o porque le gustan más sus juegos a otros, a ambos más tarde tendrán un futuro como actores porno unos y como presentadores de programas del corazón en televisión, los otros.

Marcar un gol, era el éxtasis, hacer una buena parada, un éxito, hacer una entrada, ganarse el respeto y el miedo, ganar un partido era vital, fundamental, importante, de hecho, pocas cosas más importantes.

Otra opción era ser el dueño del balón, lo que confería estatus, poder, mucho poder, poder de exclusión, de seleccionar a los jugadores, de rodearte de gente de éxito, del grupo.

Para ello, el tipo de cada uno es fundamental, el que juega bien, juega bien, el que no, un desastre, el bueno lo es en casi todos los deportes, salvo el bajito en baloncesto, que es un cero a la izquierda, un espectador dentro de la cancha. Pero eso fue después, cuando se convirtió en un deporte de moda, quedando el fútbol para los clásicos, la clase baja y el baloncesto para los más guays. El mundo infantil es cruel, no sé si lo sabéis, supongo que sí, pero también es un aprendizaje, los perdedores, los malos estudiantes, en el mundo exterior les suele ir mejor, porque desarrollan un espíritu de superación mayor, porque desarrollan en vez de la competitividad las cualidades sociales, porque aprenden a ser fuertes, no por naturaleza sino como reacción a la misma. Están bien los deportes, pero el deporte no siempre enseña a vivir, aunque te evita estar en el peor lugar en el peor momento, pero eso vendrá después.

El niño viejo y el Quijote

Recordando la infancia, me acuerdo de una vez que uno que trabajaba en el barrio en un banco me dijo que era un niño que parecía un viejo, y yo molesto porque no sabía a qué se refería y después lo descubrí, porque cuando era pequeño creía en España, yo era un patriota, tenía un sentimiento de comunidad con el resto de españoles, pensaba que el bien general era lo más importante, hasta creía que era honroso dar la vida por España, creía en héroes, pensaba que las hazañas de un pueblo de pastores y guerreros medievales que conquistó Europa y descubrió el Nuevo Mundo era algo grande de lo que sentirse orgulloso, pensaba que ser de un país que llevó su idioma y su cultura por varios continentes, que aquéllos que vivieron y murieron eran parte de mí, creía que esos héroes en Lepanto salvaron a Europa de los musulmanes y que por eso gozábamos de más libertad y prosperidad que esos sucios y pobres extranjeros, creía que éramos una nación, el primer Estado moderno de Europa, del Mundo.

Luego me hice mayor y descubrí que en España los héroes eternos no duran dos telediarios, que aquéllos que vencieron por España debieron ser unos fanáticos, violentos, unos palurdos, ruines e imperialistas o unos pobrecillos explotados, o todo a la vez, aprendí que no se debía uno sentir contento con ello, y sobre todo cuando hablases con otros españoles, ya que la mayoría rechazan las glorias de España como algo vergonzoso, cuando no lo consideran un horror y van con los enemigos, que prefieren poner una flor en la tumba de Saladino que en la de Cervantes, que por suerte no han leído, porque si supieran de lo que habla, que fue soldado de España, héroe y cautivo de los sarracenos, que Don Quijote personifica sus ideales infantiles y juveniles, ese sentimiento común del español intemporal, el deseo de gloria, la caballerosidad, el honor, unos ideales guerreros y que Sancho, es el español cuando pierde el ideal y decide vivir acorde a la sociedad, preocuparse solo en lo común, en comer, en el dinero, en la vida familiar, y que se hace ignorante aunque espabilado, mientras su señor, sus ideales le llevan a viajes fantásticos por la antigüedad, con sueños, damas y desfaciendo entuertos, luchando contra gigantes y que de vez en cuando se da cuenta de lo irreal de los ideales, otras cree en ellos, pero su alter ego soñador, caballero medieval sale de todas las aventuras magullado y por otro lado están el bachiller Sansón Carrasco que personifica la razón y el cura que personifica la Iglesia Católica, la religión del pueblo, y ese soñador cree que salva a damas, que lucha contra monstruos, que su amada Dulcinea es una bella y noble dama, esa España y no una pueblerina analfabeta, y esos duques en los que cree, una aristocracia y no unos golfos, que con falsas promesas solo pretenden pasarlo bien.

Y esas ventas que no son castillos, ni esos molinos son gigantes. "Quiténseme delante los que dijeren que las letras hacen ventaja a las armas".¿Cuán menos son los premiados por la guerra que los que han perecido en ella? Pero, Don Quijote muere, pero persiste en la mente de todos perezosos y torpes, cobardes y traidores, como el Caballero de la Triste Figura, el hazmereir del Carnaval, pero más internacional que ningún otro español, más apreciado que ningún otro español, más admirado y respetado que ningún otro español, porque ese ideal nos hizo grandes y de mayores cuando muere nos hace pequeños.

viernes, 22 de mayo de 2009

El bar

Otro recuerdo que tengo de la infancia en el colegio eran las puertas cerradas, la imposibilidad de abrirlas, por la altura, por la prohibición de hacerlo, lo peor de los castigos era tener que quedarse dentro, solo, aunque siempre volvían a por tí, y no era tanto tiempo, aunque se hacía eterno, al final, la calle, la libertad.

Y en la calle, volvía el sol, camino de casa, lento lentísimo, yo lo achacaba a la cantidad de veces que mi madre se paraba para hablar, aunque después, cuando he sido padre, ha sido al revés, lo niños van lentos y se ponen bastante pesaditos, todo cambia depende de dónde se mire.

Hay algo, que no ha cambiado en mi forma de ver el mundo y son los bares, tengo un primer recuerdo con uno de mis abuelos, uno de los pocos que tengo de él, en un bar que ponían unas buenas aceitunas negras, luego más mayor fui mucho a tomar lagartos (medios cubatas) ahora es un banco, y al lado en una mantequería donde me compraba galletas, que sigue estando, pero ahora es una tienda delicatessen.

Los bares de mis recuerdos infantiles han desaparecido la mayoría, los dueños han muerto y sus negocios han cambiado de actividad, en aquellos bares, había bastantes relaciones sociales, transversales como se dice ahora, te juntabas con gente de todas las categorías sociales y a los niños nos trataban bastante bien, unos sitios cálidos, llenos de servilletas en el suelo, creo recordar que solo había hombres y para entretenerte te daban dinero para echar a la máquina tragaperras, pero eso fue después, al principio no había.

Los camareros llevaban cadenas de oro y sus tatuajes hacían referencia a su estancia en la Legión en el mejor de los casos, los aperitivos a diario estaban llenos de oficinistas y comerciantes de la zona, se hacían grandes grupos, se jugaba a los chinos, se pedían raciones con bastante alegría, se vendían más vermuts que cervezas, se pagaba con los grandes billetes verdes, y te devolvían alguno azul de 500 pesetas o varios marrones de 100 pesetas, hoy en día, con mil pesetas no pagas una ronda pequeña, no digamos una de esas donde había mucha gente y raciones. El dinero valía más y además tenía mejor presencia, eran monedas y billetes con más categoría, ahora ocupan menos y duran menos, aunque sea una moneda más fuerte, no lo parece.

Por aquel entonces, no se percibía el tabaco, aunque todo el mundo fumaba, era algo natural, habitual, a nadie le parecía molestar, nadie tenía la percepción del mismo, los carteles se ponían a mano, que tenían una pátina amarillenta, las cajas de bebidas y los barriles estaban a la vista, se veían las cajas amarillas de Schweppess y de la Coca Cola, también los carteles externos, que aún quedan como reliquias en bares cutres o en los pueblos.

La sensación que tengo es que aquellos bares tenían más vida que los actuales, ahora son sitios donde se vende comida y bebida, pero algo más privado y rápido, entonces había una sociedad que hacía más vida en la calle y la vida en la calle era más barata.

Los bares tenían las puertas abiertas de par en par, sobre todo en verano, ahora las tienen cerradas por el aire acondicionado, elemento que tampoco era necesario entonces y ahora es imprescindible, es verdad que nos hemos hecho más cómodos, pero no sé si la sociedad de antes era más feliz que ahora, pero lo parecía.

miércoles, 20 de mayo de 2009

La clase

El primer momento comienza con el azar, una prospección visual que te indique donde es más deseable sentarse, luego llega la profesora que decide colocar a todos por orden de lista, es curioso, pero apellidarse Alonso o Rodríguez puede cambiar tu vida, así es.

Yo al medio, como el jueves, ni arriba, ni abajo, esa es mi posición en la clase, si acaso de los de delante, menos líos, menos risas, pero más tranquilo. Hubo un tiempo que me senté atrás, quería ser malote, pero eso fue después, bastante después.

Yo iba con mi hermano hasta llegar al colegio, después cada uno a lo suyo, no sé si ya lo he dicho, pero en Madrid, hace bastante frío en invierno, una bofetada que hace que no desees salir de casa, que te obliga a andar deprisa, pero que te acostumbra a estar en un sitio medio inhóspito más a gusto que en la calle.

La mañanas mañanas comenzaban tranquilas, luego iban tomando más intensidad y actividad, uno de los recuerdos que tengo más vivos era la llegada siempre tarde de un chico, que vivía puerta con puerta con el colegio, lo que provocaba la reprimenda inmediata, la espera fuera de clase un rato, el choteo general que iba aumentando cuando una pobre mujer, madre de este chico aparecía en bata con un vaso de zumo, que el chaval se tomaba finalmente delante de todos, para escarnio de él, para satisfacción de la madre y para perpetuación de su baja consideración social en el mundo colegial, entre sus compañeros, que se veía agravada con su baja condición social (ésta ya en el mundo exterior), que poco a poco íbamos percibiendo, por el modo de hablar de la madre, por el modo de vestir y más tarde comprendería, por el modo de pensar.

Siempre pensé que no había un pensamiento lógico en esa forma de actuar de madre e hijo, uno por no tomarse el zumito en su casa, otra por llevárselo recurrentemente a su hijo a clase, por humillarlo sin querer, pero de manera indeleble entre sus compañeros y compañeras, por convertirlo en un paria en su entorno inmediato, una pena.

A veces, venían otras madres o hermanos mayores de otros chicos, pero era por algún motivo pasajero que se olvida, pero esa situación repetida a diario durante meses, fue cruel y estúpida, por lo que se demuestra una vez más que hay amores que matan.

El patio

Cada uno expresa su carácter desde que existe, yo he tendido a vivir con seguridad, aunque no por ello he dejado de vivir mis aventuras, y el lugar donde tienes que probar tu valor en la niñez es el patio del colegio, yo he estado en varios y en todos hay que luchar, pero la principal lucha está en guardar tu integridad con palabras, con tu presencia física y en último caso peleando o repeliendo los ataques, el respeto se gana, la vida es cruel con los débiles y eso se les marca en el carácter.

Los débiles también tienen sus estrategias, uniéndose en forma de guerrilla que ataca a traición o ya más adelante apelando al poder, amparándose en él, en su fuerza, mediante la técnica del pelota o mediante la delación, el típico chivato. El problema del débil es que carece de estimación social, asimismo interioriza el miedo, pierde autoestima y eso le lleva al resentimiento, a la venganza, al odio, y a su vez a un comportamiento cruel con el ser humano, atacando a la mínima a la debilidad del prójimo, procurando ser hiriente, mofándose del que puede y en última instancia haciendo la vida imposible al más débil, señalando a los poseedores de la fuerza bruta la víctima propicia, para ponerse a salvo él mismo. También está el que juega con las niñas y se esconde en sus faldas de los otros niños.

El patio se convierte en la plasmación de tu sociedad infantil, donde hay jefes, los amigos de ellos, los peones y los débiles, también los rivales que se muestran como enemigos, ahí puedes participar mucho, o poco, significarte mucho o poco, ir generando una red de amigos o sociabilizando por la pertenencia conjunta. La habilidad en un juego, generalmente el fútbol, te dará prestigio y te posicionará mejor o peor, en función de la excelencia, también la suerte interviene, un gol, una parada a tiempo pueden servirte de promoción social. Por supuesto, la fuerza bruta y el tamaño son elementos de poder, o contar con un hermano o primo influirán positivamente en esa categoría social. En la mayoría, la inteligencia y la habilidad serán las armas de supervivencia y encaje, y después será el grupo.

Las niñas están pero no comparten los juegos, ellas tienen sus espacios, sus juegos y su apego al poder o a la autoridad de ese momento, pero en ellas no es signo de debilidad, sino de fortaleza.

La autoridad, en estos casos es una cuidadora o un cuidador, una persona por lo general bondadosa, pasota, a su aire que tiene la potestad de castigar, el poder, y por encima de ellos siempre hay un ente superior: el director, el padre tal, la superiora, un ente casi imaginario según la visión infantil. Lo único que pretenden evitar estos cuidadores es el daño físico.

Pero en ese momento se está creando el futuro adulto, que en uso de su libertad, se enfrenta al mundo exterior, ese patio donde comienzas a jugar con mucha gente, donde uno tiene que encontrar su sitio. En ese patio te individualizas, estás desprotegido de tu entorno familiar y de las normas de las aulas, allí hay que buscar lo que te divierte, con quién y reflexionar cómo quieres que te vean, de ahí sale el individuo, el ser humano en sociedad, el líder, el intelectual, el criminal, el arribista, el chupatintas, el aventurero,... Y uno se resiste a salir, mejor en casa, con mis juguetes, pero no hay elección, hay que vivir, compartir virus, aprender a ser. También el recreo es la libertad, la expansión, la liberación de fuerzas y su choque y ordenación, el patio es la vida.

martes, 19 de mayo de 2009

El barquillero

Cuando yo era pequeño, había un barquillero que paseaba por Rosales, se llamaba Félix o quizá Gregorio, o quizá Julián y con su gorra castiza, llevaba la barquillera, un cilindro decorado en tonos rojos, con una estampa madrileña, que en la tapa tenía una especie de ruleta, a su vez llevaba una bandeja de barquillos, una cesta de mimbre con barquillos de distintos tipos, planos y cilíndricos, la diferencia además de la forma era el tamaño, unos muy grandes y otros más pequeños, también el precio, claro, pero eso a mi no me importaba. El precio era tu insistencia, ponerse pesado e insistente un rato, y después de bastante rato, a mi madre o a las otras madres de mis amigos, a veces nos compraban uno, entonces jugabas a la ruleta, a ver si te tocaba otro, yo creo que siempre nos daba otro, a veces lo regalaba provocando a las madres a comprar.

El gabán que llevaba era de cuero relleno de borrego, porque en Madrid, en otoño e invierno hace bastante frío, y en Rosales, pega el viento bastante bien, que viene del parque del Oeste, de la Casa de Campo, de la sierra, yo le veía a la salida del colegio, sobre las cinco de la tarde, aunque no sé si todavía iba al colegio o era al parvulario, también había en el paseo de Rosales, el puesto verde, donde una señora vendía chucherías, pero era a los más mayores, que sabían pagar con dinero.

Cuando fui más mayor descubrí donde guardaba el barquillero sus aparejos, enfrente de mi casa, en un bar asturiano, llamado La Montaña, por el cuartel, que tiempo atrás dejó de existir, pero eso ya es otra historia, más dura y cruel, de patios de armas llenos de cadáveres, de cañonazos desde la plaza de España, de vencedores y vencidos, hay un monumento que ya no lo parece y por eso está, a los que murieron en tales circunstancias, un sitio más donde terminan y empiezan historias, de Madrid y de España, de donde comienza la viudedaz de jóvenes felices, hasta ese momento y que como todo, se acaba olvidando.

lunes, 18 de mayo de 2009

Gente divertida

Un día descubrí que la gente que más me gustaba era la gente rara, me hice amigo de un chico solitario que contaba historias muy raras, que no terminaba de creerme, o quizá sí, pero que eran divertidas, con los años descubrí que también los que cuentan historias divertidas pueden dejar de hacerlo y convertirse en gente que no me gusta.

En una marea de gente, hay que aprender a diferenciarse, yo creí que era buena idea, pero me equivoqué como otras veces y años después volví a descubrir el encanto de no diferenciarse, de no ser nada, de no ser nadie, pero no lo puedo evitar, qué se le va hacer, soy diferente entre la gente, no soy él único, ni el más gracioso, ni el mejor en nada, pero soy yo, no me queda más remedio.

Y los años pasaban y podría obviarlos, pero no quiero, estoy casi dispuesto a contarte lo que viví, así que si quieres puedes acompañarme en mi viaje, que empezó en una ciudad, que yo no conocía de ella ni su nombre, ni nada, y así fue durante muchos años, lo único que conocía era mi casa, y mi casa era donde estaba mi madre, siempre fue así hasta que mi casa empezó a dejar de ser mi casa y mi casa poco a poco se convirtió en mi casa.

Con 5 años

Mi infancia había ido bien hasta que tuve conciencia, entonces, dejé de ser feliz, descubrí que no era el mejor, ni el más gracioso, ni el único.

Llevaba una bolsa amarilla con libros entre tantos otros niños, y me alejaba de mi madre y tenía que ser así y yo lloraba al sentirme abandonado.

Luego me encontré con un grupo de niños, mis amigos durante años y años, aunque todavía no lo sabía, todavía recuerdo su aspecto fiero, aunque ahora los recuerdo con cariño. A mi lado, estaba el más chungo, un repetidor, un fracasado, que no me cayó bien hasta que me hice su amigo.

Los profesores eran gente mayor, que no hacían más que mandarnos callar, debieron enseñarme mucho, aunque no recuerdo qué, y así empieza mi vida, una vida como la de cualquiera, insignificante, a veces alegre, a veces triste, a veces aburrida, incluso feliz, pero no como antes, nunca sería como antes.