viernes, 31 de julio de 2009

La muerte

Aunque parezca absurdo, lo mejor de la vida es la muerte, y esto es así, porque si no tuviera final, no serían importantes nada de las cosas que nos importan, no podríamos disfrutar de la vida, ya que todo sería parecido a un campo de piedras, siempre igual.

Asimismo, convertirse en adulto consiste en ir perdiendo lazos para ser nosotros mismos, y a su vez, las personas que nos han influido, no podrían haber sido ellos mismos.

Pongamos el caso, en donde todos los que han vivido estuvieran con nosotros, pues seríamos como niños siempre, eternamente, y eso es una soberana putada. Algunos, dirán, que se vivía feliz, inconsciente, jugando, siendo sin ser, pero eso llevado a siglos y siglos es un coñazo.

Otra cosa, qué sería de las farmacias, de los médicos, no tendrían razón de ser, y peor aún, qué sería de los catastrofistas, un desastre, y de los curanderos, de los homeópatas, de los enterradores, de los fabricantes de armas, de los soldados, de los vendedores de seguros, de los escultores, de los floristas, de los arqueólogos, o peor aún, de los historiadores, un mundo sin sentido.

La televisión no existiría, tampoco la radio, porque esas cosas salen de un deseo de progreso, sobre lo anterior, pero si los anteriores siqguen estando dirían, eso no se puede hacer, es una memez, nunca se ha hecho y no se va a hacer.

Nunca podrían haber sido generales, ni ministros, ni siquiera maestros algunos de los más célebres, ni tampoco de los más infames, porque el puesto estaría ocupado de antes.

Si no hubiera finitud, no habría necesidad de nada, lo tendríamos hecho, desde el principio, por lo cual, principio y final sería la misma cosa. Habríamos estado en todos los lados o en ninguno, habríamos visto todo o nada, y si no ya le buscaríamos un buen momento para ir a ver lo que sea, sin prisas.

Como ya adelantó Silvestre Paradox, como bien recogió Millán Astray: ¡Viva la muerte!

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